Todavía no sé a pito de qué, pero el hecho es que en los últimos días me he acordado de mi época del colegio, en particular de todo lo que se me inculcó respecto del espíritu de Don Bosco en la fundación de la Obra Salesiana. Es importante decir que desde hace varios años que estoy alejado de la Iglesia y que mis lecturas, pensamientos y viviencias me han inclinado a identificarme con el pensamiento agnóstico. Aún así, y a pesar de las muchas críticas que le hago a la Iglesia por temas de conservadurismo (como su oposición al uso de preservativo y al aborto terapéutico) , en mi formación escolar católica conocí a personas muy valiosas y en esta ocasión quisiera reconocer en particular al padre Alfonso Horn Kaschel.
Si bien son mis padres a quienes más reconozco y agradezco por sus esfuerzos al educarme y por lo que soy, me parece justo reconocer la figura del Padre Alfonso. En mi memoria sigue patente mi primer día de clases en el Instituto Salesiano de Valdivia, un día de marzo de 1985. Mi mamá me dejó en la entrada del colegio y yo estaba muy asustado porque en el gimnasio estaban todos los alumnos reunidos, desde 1ro básico hasta 4to medio. En medio de esa confusión, encontré mi lugar en la formación y recuerdo a un sacerdote que, ya en el púlpito, habló con mucho entusiasmo sobre el colegio y las cosas que quería realizar. Ese sacerdote era el nuevo director del colegio, el padre Alfonso Horn. Desde mi llegada en 1ro básico en 1985 hasta mi salida de 4to medio en 1996, el colegio renovó casi completamente su infraestructura, se terminó de construir un gimnasio y se construyeron 2 más, se renovaron laboratorios, salas de clases y multicanchas. Parecía que todo lo planteado en los diaporamas de la vida de Don Bosco que veíamos dos veces al año con el mismo director, era posible hacerlos realidad. Que la fe realmente mueve montañas. En esta labor, el padre Horn ofició de director del colegio, sacerdote, se hizo cargo de buena parte de la administración económica, hizo clases de filosofía, inició la campaña de "una bolsa de cemento por alumno" para avanzar las construcciones, mejoró la disciplina y rendimiento académico del colegio, hermoseó los jardines y reconstruyó la capilla y la casa de los sacerdotes a un costado del colegio, donde anteriomente había un sitio baldío.
El padre Alfonso tuvo también detractores por la rigurosidad disciplinaria y académica impuesta. Muchos criticaban que el colegio era excesivamente selectivo con los alumnos y por eso tenía buenos resultados en las pruebas de selección a las universidades, siendo que la labor de la orden Salesiana exigía recibir a todos por igual, especialmente a los más desposeídos. Pero a favor del padre debo decir que la selectividad no era de orden económico, era estrictamente académica y disciplinaria (recuerdo alumnos que estudiaron becados) y el padre siempre empujó por convertir al Instituto Salesiano de Valdivia en uno de los mejores colegios de la ciudad y por qué no, del país. Además, el padre Alfonso provenía de una familia alemana cercana a San José de la Mariquina y donó varios muebles familiares a las nuevas construcciones del colegio.
En lo personal, el padre Alfonso siempre fue una persona cercana, abierta a conversar sobre cualquier tema que incluso pudiera poner en complicaciones los aximas religiosos que repetíamos día a día. Quizás su mayor defecto era que se notaba demasiado su apego por el colegio y por Valdivia. Al cabo de unos años, dejó su labor de director por lo estrictamente referido a la administración económica y luego de un par de años lo trasladaron a otra ciudad, Valparaíso. Buena parte de los alumnos que vivimos la tranformación del colegio lamentamos la partida del padre. En nuestro paseo de curso de 4to medio, que hicimos en 1996, alojamos por un par de noches en el colegio salesiano de Valparaíso y tuvimos la oportunidad de compartir con el padre Alfonso. Cuando conversábamos sobre las obras que tenía en mente y no alcanzó a concluir, hubo un momento de silencio en que casi a todos los presentes casi se nos cayeron las lágrimas, la nostalgia por el colegio en Valdivia era evidente.
Yo he tenido mucho éxito académico en mi vida y a pesar de las diferencias que tengo con posturas de la Iglesia sigo respetándola por personas como el Padre Alfonso o el Cardenal Silva Henríquez.
Gracias Padre Alfonso, espero que su entusiamo se haya transmitido (y se siga transmitiendo) no sólo a mí sino que a todos quienes lo han conocido. De casualidad, en este momento escucho la sonata "Claro de Luna", la misma que Ud. tocaba en el piano del auditorium del colegio.
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